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Regla para eremitas (página 2)



Partes: 1, 2

10. Interrumpa, con frecuencia, sus movimientos. Respire
hondo e invoque al Señor antes y después de cada
paso. Sosiéguese. No se apresure ni en hablar ni en
responder.

11. No se apresure por hacer esto o aquello. Con
antelación a cualquier trabajo o
empeño diga una jaculatoria. Desconfíe de sus
propias urgencias.

12. Sea firme en sus convicciones, pero siempre
dispuesto y pronto para abrazar la verdad.

13. Trabaje en silencio, sin decir lo que hace. No
busque reconocimiento ni aplauso. Acepte lo que la misma
Providencia le depara en todo lo que se refiere a sus acciones.

14. Sepa, en todo lo que emprende, que su Patria
verdadera es el Cielo y que ahora se halla en el misterio del
exilio. Pero no olvide que encontrará ya el cielo en su
alma. Su mismo
espíritu le anticipa la eternidad.

15. No establezca ni se ate con un horario
rígido. Adhiera a un orden armónico que pueda,
fácilmente, adaptar. Busque también la belleza en
la sucesión de las horas.

16. Intente integrar las sorpresas, esto es: lo
imprevisto. No desvanezca ante ello. La vida contemporánea
abunda en lo que no se aguarda. En ocasiones se trata de las
trampas del diablo para que pierda el equilibrio en
su camino. No preste atención ni se angustie, que todo
pasa
. Continúe como si nada ocurriera, morando en el
silencio de su propio interior. Cultive la paz.

17. Aprenda a vivir en algunos minutos o, quizá,
en algunas horas, lo que otros viven a lo largo de todo su
tiempo.
Así la soledad, el retiro, el
recogimiento… Sea monje de un sólo
día. Aproveche los momentos y las auroras. Descubra en las
horas y en los paisajes, en la música y en toda
manifestación de la belleza, la hondura de su verdadera
soledad interior.

18. Se ha dicho que el verdadero hombre es el
del verdadero día, del eterno día. Es capaz
de vivir toda la vida en un solo día. Quizá porque
todas sus jornadas son las de siempre. Oriéntese, pues el
lector y peregrino, hacia el último día. Cada
instante le entregará la Eternidad.

19. Aprenderá a prolongar los instantes
privilegiados, cuando el tiempo es atravesado verticalmente.
Así la Santa Misa, como toda celebración de la
Liturgia en la que haya participado. Y aún aquéllas
que le son lejanas, en el tiempo y en el espacio. Únase,
por dentro, a la vida que no ve y que, sin embargo, requiere de
su plegaria y de su vigilia.

20. Lo mismo en los instantes de silencio y de
recogimiento. Especialmente descubra el misterio religioso de la
noche y haga de esas horas su propio desierto.

21. Tenga en cuenta que velar en la noche puede
ser mayor que esconderse en el fondo del desierto. La
soledad
–decía André Louf– era
un porción del mundo que servia al ermitaño para
situarse en el universo
. La porción que ahora le
pertenece es: tiempo. Vigile y vele, según sus
posibilidades, y proyecte su vigilia en todas las
horas.

22. Tenga presente lo que enseñaba San Isaac el
Sirio: si un monje, por razones de salud, no pudiese ayunar, su
espíritu podría, por las solas vigilias, obtener la
pureza de corazón y
aprender a conocer en plenitud la fuerza del
Espíritu
Santo. Pues sólo quien persevera en las vigilias puede
comprender la gloria y la fuerza que se esconden en la vida
monástica
.

23. Permanezca en vigilia por medio de las oraciones
breves. Practique la Lectura
espiritual y, a ser posible, rece, diariamente, todas las horas
del Oficio Divino.

SEGUNDA PARTE

Elementos
generales

El lector ha de tener en cuenta su
posición con respecto al mundo, una vez que lo ha
dejado todo por Dios. La formulación exacta es la
siguiente: se ha dejado a sí mismo y ha acudido al
llamado del Señor que es su vida
. Antes que cualquier
decisión posterior se ha postrado para adorar. Con ello
reconoce el primado de la contemplación.

Ahora, con abandono, siga su camino y
observe:

24. No afincarse en época ni en lugar
alguno. Renunciar decididamente a cualquier forma de poder
aún cuando aparezca conveniente o con el pretexto de
contribuir a formas apostólicas. Despojarse de
cualquier medio y presentarse en el Nombre y la Palabra de Dios.
No apelar a ninguna alianza ni servirse de
ella.

25. No habitar espiritualmente ningún lugar
transitorio. Los cristianos habitan el mundo pero no son del
mundo… los cristianos viven de paso en moradas corruptibles,
mientras esperan la incorrupción en los cielos
(Ep
Diogn. VI.3 y 8), Habitan sus propias patrias como
forasteros… Toda tierra
extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra
extraña
(Ibid. V.5). Ser, por tanto, peregrino en el
desierto de este mundo.

26. Abandonarlo todo en el Señor. Abandonar todo
es consecuencia de la metanoia. Lo que caracteriza el
desierto interior es el total abandono en el Señor.
La apatheia cristiana – ha dicho Hans Urs von Balthasar –
es lo contrario de una técnica hecha para protegerse
del sufrimiento, es el puro abandono al amor eterno,
más allá del placer y del dolor.
Dejar de lado
previsiones e inquietudes. Péguy decía que no es
mayor pecado la
inquietud que la pereza.

27. La renuncia a cualquier poder de este mundo,
comporta armarse de las propias fatigas. La misma palabra
kopos utilizada por San Juan (Jn. 4,38) y por San Pablo (I
Cor. 3,8) para designar las fatigas del apostolado es empleada en
los Apotegmas de los Padres para expresar los trabajos del
monje.

28. Dejar cualquier compromiso con el poder de
este mundo implica, desde luego, disponerse a la
contemplación y a la única obra de Dios.

29. El peregrino no ha de temer la lucha sino confiar en
la Gracia del Señor con humildad y con paciencia. Tenga
presente el siguiente texto de
Diadoco: La impasibilidad no consiste en no ser atacado por
los demonios, pues entonces deberíamos, como lo dice el
Apóstol, irnos de este mundo
(I Cor. 5,10), sino en
permanecer inexpugnables cuando nos atacan

(XCVIII-160).

30. Practique el silencio interior según el
siguiente Apotegma: El Abad Isaac estaba sentado un día
junto al Abad Poimén; se oyó, entonces, el canto de
un gallo. Aquél dijo: ¿es posible oír esto
aquí, Abad? El otro respondí: ¿Isaac, por
qué me fuerzas a hablar? Tú y los que se te
asemejan escucháis esos sonidos, pero el hombre
vigilante no se preocupa por ello
(Poimén 107 –
Sentencias 245).

31. Convertirse en discípulo que sabe escuchar y
discernir. En muchas ocasiones los sonidos manifiestan el
silencio. En efecto, lo importante no es lo que llega sino
cómo lo recibimos.

32. Permanecer débil y vulnerable, sin
fuerzas, sin alianzas comprometedoras, sin tratados ni
defensas. En lugar de espiritualidades, dar lugar al
Espíritu.

33. Tenga el corazón fijo en Dios y cuando
padezca la adversidad o sufra algún despojo, o lo que sea,
no se compadezca a sí mismo ni se observe, no guarde en
la memoria ni
recuerde. Pase por encima de las miserias de este mundo,
respetando y aceptando el nivel de cada cosa.

 TERCERA
PARTE

El
Recogimiento

34. El recogimiento es lo esencial de esta Regla.
Se entiende por recogimiento la unificación
interior de la persona en la
Presencia de Dios.

35. Aún cuando no pudiera, por motivo
válido, ser observado uno u otro de los artículos
de esta Regla, bastará esta tercera parte para cumplir con
ella.

36. Vivir de la Presencia de Dios en todo tiempo y lugar
y someterle todo.

37. Estos artículos no se refieren, desde luego,
a cuanto compete al cristiano en su condición de tal.
Presuponen el llamado a la santidad y a la unión con Dios.
En cambio apuntan
al recogimiento habitual de los que perciben una especial
vocación a la contemplación y a la intimidad con el
Señor.

38. La Contemplación consiste en
atender y adherir a la Presencia de Dios en el fondo,
raíz y centro de nuestro ser. Teniendo en cuenta que
ésta es una gracia, viva de ella y pídala
constantemente. Recuerde que el contemplativo no conoce
más o menos que otros, sino que –como decía
un cartujo– es capaz de extasiarse donde los demás
pasan con indiferencia.

39. La Contemplación no es un camino de conocimiento
sino un llamado a una experiencia que trasciende todo camino o
proyecto.

40. Disponga de un tiempo infinito para Dios. Practique,
asiduamente, la Lectura
espiritual.

41. Si, alguna vez, se hallara en un ambiente
adverso y descubriera que los más cercanos son los
más distantes, convierta todo ello en escuela de
Caridad y aprenda a trascender, por lo alto o por lo bajo, las
imposiciones de cualquier lugar.

42. No deje de combatir. Sea fiel y constante. Huya de
los laberintos. La lucha es siempre saludable. Sea perseverante
en las pruebas.

43. Silencio y recogimiento. Solo Dios basta. En
un corazón puro no existen más disonancias ni
distancias con Dios. Está abierto al Misterio y se halla
en conformidad con la Voluntad del Padre. El auténtico
silencio es propio de un corazón puro, semejante y unido
al Corazón de Dios. Podrá, pues, vivir en un
silencio completo cuando descanse sin reparos, como un
niño, en el mismo Señor.

44. El silencio consiste, sobre todo, en callar para
oír algo siempre más grande. Deje sus análisis y el alud de sus deducciones.
Permita que el silencio se manifieste en su interior. Puede estar
muy empeñado en todo tipo de actividades y, al mismo
tiempo, gozar del silencio, que es patrimonio del
alma y expresión de Dios.

45. No cometa agresiones ni abuse de cuanto pasa.
Respete y no se apresure a responder o a intervenir en lo que
sea. Mira con benevolencia. Todo está a su
favor.

46. Libérese de todo lo que no lo atañe.
No dependa de personas o de situaciones. Calle las voces que lo
lleven a analizar en exceso. Busque su refugio y su auxilio en
sólo Dios. Nunca será defraudado.

47. Corazón puro. Unificado en el
Señor. Va a Dios por Dios. Dios mismo es su vida. Que la
invocación del Nombre de Jesús le recuerde,
constantemente, la Presencia del mismo Señor y su unidad
interior e intima en Él.

48. Encuentre el misterio del desierto en su
proprio interior y en cuanto eventualmente lo
circunda.

49. Toda desolación o prueba
podrá conducirlo, si así lo quiere, al Misterio de
Cristo.

50. Es propio del solitario estar con el Señor en
su Agonía. Ofrezca y consagre las horas y el sufrimiento
consciente de su fecundidad.

*** *** *** *** *** ***

 

 

 

Autor:

Padre Fray Alberto E. Justo, O.P.

Partes: 1, 2
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